Hay varios discursos que se repiten de boca de cada
profesor, alumno o directivo del Instituto Nacional. Como si hubieran sido
adoctrinados. Uno de ellos es el de la responsabilidad con la historia que
significa ser institutano. Otro es el de la mesa de cuatro patas. "El
instituto es como una mesa de cuatro patas: apoderados, alumnos, profesores y
ex alumnos colaboran para que la mesa despegue", dice el vicerrector,
Edmundo Vilches, profesor y abogado con dos décadas en el colegio. La primera
de esas patas, los padres, no sólo se comprometen con ir a las reuniones y
tener al día los materiales que se necesitan, sino que ellos mismos financian
el preuniversitario y hacen reforzamientos los días sábado. "En otros
colegios, la mitad de los apoderados va a las reuniones, acá lo hace el 90%. Si
hay que comprar atlas, ellos se ofrecen. Hay apoderados que son profesionales y
si los muchachos tienen alguna deficiencia, les hacen clases gratis", dice
el profesor de Historia José Sánchez.
A esos aportes se suman los del centro de ex alumnos, tan
poderoso como los otros tres estamentos de la mesa. Hoy, por ejemplo, ellos
están desarrollando un proyecto para volver a construir un aula magna en el
colegio.
La selección de los profesores, según el rector Jorge Toro,
para el instituto debiera haber una selección especial de docentes, que
garantice que éstos manejen los contenidos. Y el director debiera participar en
ella. Hoy, los concursos los hace el municipio.
Diez mil millones de pesos destina el municipio de Santiago
a todos los colegios de su comuna, los que se suman a los aportes del Estado y
que llegan a 20 mil millones. "Fuimos creados por el Estado, pero su apoyo
es rudimentario", dice Mario Cañas, profesor de Historia. Gran parte de
los recursos son inversiones de apoderados y ex alumnos.
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